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60 años de SIMBAD

Actualizado: 23 jul 2018

Este año 2018 se celebra el 60 aniversario de una de las películas más importantes de todos los tiempos: "Simbad y la princesa" (The 7th voyage of Sinbad). Aunque en su momento fue un éxito, poca gente pudo preveer el impacto que tendría en la cultura popular. La influencia en filmes como Star Wars es evidente, así como en otras formas de entretenimiento, como Dungeons & Dragons sin ir más lejos.


Es bien sabido que esta película pertenece a Ray Harryhausen. No sólo creó los impresionantes efectos visuales del filme sin prácticamente ninguna ayuda: tuvo la idea original del proyecto, buscó las localizaciones, revisó todos los borradores del guión y participó activamente en la producción, llegando a co-dirigir las secuencias en las que aparecían sus criaturas. Harryhausen quería recrear la experiencia que tuvo de niño al ver King Kong en el cine, pero lo que logró construir fue algo único. Nadie puede negar que la película cambió por completo el panorama del cine de fantasía, pero es que yo llegaría más lejos: inventó el cine de fantasía.


Sé que esta última afirmación es un poco difícil de defender, de forma que intentaré explicarme.


Cuando yo era pequeño y buscaba cintas de VHS, la sección de cine fantástico sólo incluía películas de terror. Sigue siendo así en muchos sitios. Esto es debido, sencillamente, a que la producción de cine de terror es inmensa, tratándose, probablemente, del género más fácil de vender en el mercado internacional. Pero muchos de nosotros entendemos otra cosa cuando se nos habla de "fantasía". Pensamos en mundos imposibles, bestias aterradoras, magos y guerreros. Pensamos, en definitiva, en el cine fantástico de aventuras. El nombre que parece más adecuado para este género es "fantasía heroica", aunque hoy es un término que parece irremediablemente atado a Conan y sus imitadores.


La literatura de fantasía heroica existe, de una forma u otra, desde el principio de los tiempos (se podría incluir el Poema de Gilgamesh bajo este paraguas) pero, siendo rigurosos, diremos que nace en el siglo XIX con los escritos de gente como Lord Dunsany o la Hermandad Prerrafaelita. Pronto surgieron cosas muy extrañas y originales como "El reino de la noche" de William H. Hodgson o "La serpiente Uróboros" de Eric Rücker Eddison. El género terminó de cristalizar y popularizarse durante la primera mitad del siglo XX, con personajes como el ya mencionado Conan y, como no podía ser de otro modo, con la publicación de "El señor de los anillos".


En cine la cosa cambia considerablemente.


La era del cine mudo ofreció al espectador cantidades ingentes de mundos maravillosos en los que hacer volar la imaginación. Algunos ejemplos son los cortos de Segundo de Chomón, las múltiples adaptaciones de "She", "Los nibelungos" o "El ladrón de Bagdad". Los géneros en esta época (así como los cambios en el propio lenguaje cinematográfico) merecerían un artículo mucho más largo que este, de forma que dejaremos todo el asunto a un lado. Lo importante es entender que las cosas cambiaron radicalmente con la llegada del cine sonoro. Una verdadera revolución, tanto en términos estéticos como en términos argumentales. En muy poco tiempo, los cines dejaron de proyectar películas mudas y, cuando llegó la televisión, las cadenas se negaron a poner nada anterior a 1930. Retomando a Gilgamesh, es como la historia del diluvio universal: una catástrofe arrasó con todo lo que se había construido y hubo que empezar de nuevo.


Durante los años 30, 40 y 50 los elementos fantásticos no estaban muy bien vistos. Películas como "Frankenstein" incluían una escena inicial en la que un hombre vestido de esmoquin se disculpaba por si lo que aparecía en pantalla parecía un disparate. "La Bella y la Bestia" de Cocteau tiene un texto inicial en el que pide al espectador que, por favor, sea como un niño y no ponga en duda que la magia existe.


En aquel entonces existían, básicamente, tres posibles excusas para que una película incluyera elementos ajenos a la realidad: si era de ciencia ficción (y por tanto parecía plausible), si era un cuento de hadas o si era cine de terror (el terror lo perdona todo). Hay una cuarta excepción, que sería el cine mitológico, pero lo cierto es que era rarísimo (y sigue siéndolo). El "Ulises" de Kirk Douglas trata de justificar su existencia con una solemnidad que mantiene alejado al espectador de la pantalla. "Helena de Troya" trata de pasar por alto cualquier elemento puramente mítico. ¡Recordemos que Arturo de Pendragón fue tratado como un personaje real hasta que Boorman rodó "Excalibur"!


Como puede comprobarse, el cine fantástico de aventuras, tal y como lo entendería un lector de Tolkien, no existía.... al menos en Hollywood. De nuevo, si quiero terminar con esto algún día, debo pasar por alto un tema interesantísimo como es el cine de fantasía ruso, especialmente el de Aleksandr Ptushko. Tampoco puedo incidir demasiado en el predecesor más obvio de Simbad: el remake de "El ladrón de Bagdad" de 1940. En cualquier caso, las cintas mencionadas podrían enmarcarse fácilmente en el mundo de los cuentos de hadas.


¡Y ahí quería yo llegar!


Harryhausen sentía la necesidad de narrar un cuento de hadas, sí, pero también quería inyectar a la historia el dinamismo y la fuerza de una buena novela de aventuras. Quería que los efectos especiales fueran creíbles y que el argumento, aunque simple, contara con cierto realismo cinematográfico, que fuera más cercano a la narrativa de viajes que a la fábula. Quería que sus criaturas pisaran el mismo suelo que los héroes, como ya había ocurrido con las bestias prehistóricas de King Kong. Que tuvieran la presencia, la fisicidad y las reacciones de un animal vivo, como puede ser un oso o una ballena. Que los más increíbles monstruos mitológicos parecieran estar ahí realmente, y que, a pesar de la aparición de genios y brujos, el mundo se rigiera por las leyes de la naturaleza. No quería utilizar la magia como un engañoso mecanismo que permite que nada tenga por qué ser explicado. Los protagonistas iban a luchar contra cíclopes, esqueletos animados y dragones, y si sobrevivían iba a ser gracias a su ingenio y su fuerza de voluntad. Es más: las propias criaturas iban a combatir entre ellas, igual que los leones cuando compiten por un territorio.


Esto, amigos, es fantasía heroica en estado puro.


Durante años, Ray Harryhausen buscó financiación para el filme, sin éxito. Le dijeron que el "cine de trajes estaba muerto" (costume pictures are dead). Pero, ¿qué carajo es el "cine de trajes"? En su cortedad de miras, los productores de la época solo podían plantearse una película de estas características como algo en lo que los actores llevan disfraces. No sabían lo que era la fantasía y no tenían especial interés en averiguarlo.


Tras cuatro éxitos anclados en el género más rentable de los años 50 (el de monstruos enormes rompiendo ciudades), el productor Charles Schenner decidió ayudar a Harryhausen a levantar el proyecto.


"Simbad y la princesa" se rodó en España, con un presupuesto ridículo, con un equipo sin la menor experiencia y en un periodo de tiempo inferior a las tres semanas. El rodaje fue un auténtico infierno, hasta el punto de que, al terminar, uno de los técnicos dijo al productor: "hay dos cosas que no quiero volver recordar jamás. Dunkerque y esta película" (There are two things in my life that I wouldn't have missed. One was Dunkirk and the other was working on this film). Se trabajaba muy a menudo de noche (ya que no había tiempo material para completar todas las escenas necesarias), pero no había ni suficientes focos ni generadores. Tras el primer día de rodaje en la Alhambra, se descubrió que, debido a un fallo en las cámaras, todos los planos estaban fuera de foco. Hubo un día que los encargados del atrezzo llevaron el material al lugar que no era y, en consecuencia, el equipo tuvo que improvisar y fabricar ahí mismo sus propias armas de madera. Durante la escena de la tempestad en la nave de Simbad, los bomberos de Barcelona echaron agua a los actores extrayéndola directamente del puerto. Esto provocó que más de uno se encontrase gravemente enfermo al día siguiente.


Completar una obra de arte siempre implica esfuerzo y grandes sacrificios, y "Simbad y la princesa" es una auténtica obra de arte. Desde la poderosa música de Bernard Herrmann hasta la simpatía y el carisma de sus actores, pasando por las maravillosas localizaciones españolas... pobladas eso sí, por extrañas criaturas. ¿Quién puede olvidar a Taro, el dragón o a ese ave Roc bicéfala? Bestias que causan más fascinación que pavor, que actúan y que respiran. Bestias que, cuando finalmente mueren, hacen del mundo un lugar un poco más pobre.


Por primera vez los espectadores pudieron disfrutar del filme que se prometía en el póster. Por primera vez se proyectó en una pantalla de cine una epopeya de fantasía heroica... ¡y en Technicolor!


Más tarde llegarían clásicos como "Jasón y los Argonautas", "El valle de Gwangi" o "Furia de titanes". Yo sostengo que la razón por la que estos títulos son aún queridos y recordados, no es tanto por el cariño que muchos tenemos a la técnica del Stop-motion como por la propia forma de narrar las historias. Son películas que no piden perdón por contar cosas imposibles. Películas sinceras, que creen en sí mismas, que mantienen un tono consistente y ajeno a la parodia pero que, al mismo tiempo, resultan ligeras, mágicas en su sencillez y entretenidísimas desde la primera escena a la última.


Por supuesto, parte del éxito de la gran aventura de Simbad radica en que, en su día, se vendió a un público fundamentalmente infantil y, aún hoy, es más fácil de disfrutar si uno la ve por primera vez siendo niño. Pero eso no significa que no sea capaz de maravillar al espectador adulto. Hay algo en la fantasía heroica que gusta a todo el mundo.




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