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Foto del escritorKike

Agua, azucarillos y velociraptores

Actualizado: 9 mar 2022




El pasado 26 de febrero presenté mi última novela en el festival Cutrecon de Madrid. El título de dicha novela es La verbena del diplodocus.


Hay gente que oye esas cuatro palabras y, automáticamente, pone los ojos en blanco y da media vuelta. Es una reacción muy válida, por supuesto, pero no he escrito el libro para ellos. De hecho, no sé muy bien para quién he escrito el libro... aunque mentiría si no dijera que me siento tremendamente orgulloso del resultado. También me siento orgulloso del booktrailer que hice con mis propias manos y que tuve la suerte de ver en pantalla grande.


Pero hablemos de la novela en cuestión.


El protagonista es Alberto Borrás. Un joven escritor que recorre Europa en busca de una zarzuela que él mismo ha escrito y que no puede volver a escribir. También hay dinosaurios por todas partes. Dinosaurios de verdad, no simbólicos. Y no solo eso: hay serpientes gigantes, tigres dientes de sable e incluso simios semihumanos con muy mala leche.


El lector encontrará numerosos homenajes al Mundo Perdido de Sir Arthur Conan Doyle y al Candido de Voltaire, pero el universo de la obra es fundamentalmente hispánico. Hablo de Madrid, Barcelona y Cádiz, de los madrileños, de los barceloneses y de los gaditanos. El texto está salpicado de anécdotas históricas reales, de pasodobles y canciones populares. Y, por supuesto, sale Franco.


Supongo que lo más parecido que encontraréis son obras de Eduardo Mendoza, como Sin noticias de Gurb o El asombroso viaje de Pomponio flato. Todo esto lo digo desde el más profundo de los respetos, y con el conocimiento de que no estoy al nivel de ninguno de esos autores.


No puedo hablar de cual fue el germen del proyecto porque, sinceramente, lo desconozco. ¡Es la verdad! No tengo la menor idea de como se me ocurrió esta cosa. Supongo que es una mezcla de cinco o seis proyectos distintos que ya nunca verán la luz del día. Lo que sí puedo decir es que he volcado mucho (muchísimo) de mí mismo y de mis vivencias personales.


Desde el principio supe que quería construir una historia que no se pareciera a ninguna otra. Una sátira con un fuerte elemento político, con multitud de viajes y aventuras, con elementos fantásticos absolutamente disparatados y con un tono entre autoparódico y costumbrista, heredado del cine de Berlanga y José Luís Cuerda. Algo atemporal, pero, al mismo tiempo, pertinente. Algo divertido y descabellado, que cargara contra la autoridad, los jóvenes, los viejos y los censores de todos los colores. A medida que el relato aumentaba su extensión, también aumentaba su complejidad (y mis ambiciones). Tampoco espero ganar el Premio Planeta, pero, a ver, no es un crimen estar contento con el trabajo propio, ¿verdad?


La trama transcurre en 1916 porque, originalmente, hablaba del mundo en el año 2017. De hecho, empecé a escribir la novela entonces y, tonto de mi, pensé que la terminaría ese mismo año. Recuerdo sentirme desorientado, confuso y permanentemente cabreado. Quise exorcizar esos sentimientos con una obra literaria única en su género.


Por supuesto, ha pasado media década. Pero, gracias al maravilloso poder de la alegoría, muchos de los temas y situaciones resultan tan (o más) relevantes de lo que eran entonces. Sin ir más lejos, la guerra en Europa. Hace un par de años parecía un asunto solo propio de la historia antigua. Hoy vuelve a amenazarnos con sus picotazos, igual que una plaga de mosquitos que regresa tras años de tranquilidad.


La verbena del diplodocus es una comedia. He intentado que cada página proporcione al lector la oportunidad de reírse una o dos veces. Pero también es un proyecto tremendamente personal en el que hablo de mis creencias, mis esperanzas y mis miedos. Eso siempre sin descuidar a los personajes, claro. Puede que no todos sean agradables o simpáticos pero he intentado que todos sean, al menos, humanos.


Para terminar, una anécdota:


Yo necesito música para escribir. Siempre intento buscar una banda sonora que encaje con lo que estoy haciendo. Rara vez uso cascos, por manías mías (me dan una sensación claustrofóbica).


El caso es que, cada vez que me sentaba a trabajar en el libro, me ponía en el ordenador una colección de pasodobles. Estamos hablando de una lista de reproducción de VARIAS HORAS.


Pues bien, una tarde de verano, agobiado con el calor, abrí la ventana. Y da la casualidad de que mi ordenador está junto a la ventana.


No sé cuanto tiempo transcurrió desde que empecé a teclear. Lo que sí puedo decir es que, después de un buen rato de soportar la verbena, un vecino desconocido sacó la cabeza por la ventana. Se amarró al alféizar y gritó con todas sus fuerzas:


"¡¡Ya vale con los PUTOS pasodobles!!"


Ante lo cual otro vecino, igualmente desconocido, respondió:


"¿¡Y que PUTO problema tiene usted con los pasodobles!?"


Si esa no es la viva imagen de las dos Españas, amigos míos, yo ya no sé nada.


La verbena del diplodocus está ya disponible en librerías de toda España y en la página oficial de Apache Libros.



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