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Quatermain y Tolkien

Hace poco he leído, por primera vez, "Las minas del Rey Salomón" de H. Rider Haggard. Lo sé, es imperdonable que haya tardado tanto. He sido víctima del típico error que siempre he criticado en otros: había visto tantas adaptaciones de la obra al cine, la televisión y los comics que había creído, erróneamente, que conocía la historia. La novela original es magnífica, mucho más emocionante, original y divertida que todo lo que vino después.


Debo admitir, eso sí, que el último tercio del libro me ha decepcionado. No me gusta como Haggard resuelve la historia... aunque prefiero no explicar aquí los porqués de esta opinión. En primer lugar, porque se debe a criterios absolutamente subjetivos que tienen más que ver con mi sensibilidad que con la obra en sí. En segundo lugar, porque no quiero desvelar la trama a los que aún no la conozcan (vosotros, queridos lectores, merecéis descubrir la gran aventura de Allan Quatermain por vuestra cuenta). Y en tercer y último lugar, porque el motivo de que escriba estas palabras es otro muy distinto.


Quiero hablar de la Tierra Media.


Cuando se comentan las influencias de J.R.R. Tolkien se hace mucho hincapié en su amor hacia el folclore, los cuentos de hadas y la mitología. Se suele hablar del Cantar de los Nibelungos y de los romances artúricos. Se han escrito libros enteros sobre por qué los elfos son como son y hablan como hablan, se discute si los orcos representan a sajones o a mongoles y, en definitiva, se describe con sumo detalle como el autor creó Arda y cual es el origen de cada una de sus culturas.


No es que todo esto no sea interesante, pero, en mi opinión, se deja fuera lo más importante en cualquier obra de ficción: el contenido de la misma. Me refiero a la estructura, el diálogo, el estilo, el ritmo, el tono... en definitiva, se dejan fuera las palabras.


"Las minas del Rey Salomón" es 100% Tolkien o, mejor dicho, "El señor de los anillos" es 100% Haggard. Y no hay nada malo en ello. Por ejemplo, el pérfido Twala es descrito, casi palabra por palabra, como más tarde será descrito el rey de los goblins en "El Hobbit". La actitud práctica e incluso timorata del protagonista nos recuerda más a la mentalidad de Sam que al espíritu aguerrido de la mayor parte de los héroes victorianos. Las minas de Moria guardan muchas similitudes con las minas de diamante del rey bíblico... y es imposible no ver en Umbopa a un Aragorn esculpido perfectamente en obsidiana. ¿Recordáis el momento en el que Frodo casi es atravesado por el lanzazo de un jefe orco? Pues bien, esa escena aparece en la novela de Haggard y el protagonista salva igualmente la vida gracias a una cota de malla oculta. De la misma forma, las escenas de batallas recuerdan mucho a las de "El retorno del rey".


Poco después de sentarme a escribir estas líneas, he descubierto que no he sido el primero que ha trazado una línea entre ambos autores.


En una entrevista, el propio Tolkien dijo: "I suppose as a boy SHE interested me as much as anything, like the Greek shard of Amyntas, which was the kind of machine by which everything got moving". Lo que traducido vendría a ser: "supongo que, de muchacho, ELLA (la otra gran novela de aventuras de Haggard) me interesaba tanto como cualquier otra cosa, como los fragmentos griegos del rey Amyntas, que es la máquina que hace que todo empiece a moverse". Es decir, que al igual que las reliquias que Vincey deja a su hijo sirven a este para iniciar su viaje al reino de Ayesha, la lectura de She sirvió a un joven de Cambridge a iniciar su viaje al mundo de la literatura de aventuras.


Siempre es interesante encontrar relación entre dos grandes autores. ¿Quién iba a decir que una expedición victoriana a África podía acabar siendo el génesis del universo de fantasía más complejo jamás concebido?



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